domingo, 14 de octubre de 2007

Reflejo

Esta cuartilla está escrita desde el miedo que mi estomago atestigua. Trae consigo el recuerdo de los ataques de pánico que comencé a padecer casi un año después de mi llegada a México. Mi rostro insinúa un llanto leve y mis manos contienen un temblor imperceptible que he evadido desde hace una año. La angustia por la líneas que seguirán, es otra y me empuja lentamente al umbral oscuro de la habitación en la que permanecí durante casi dos años, el cuarto oscuro en el que escribí los telegramas.

Bebo un trago de cerveza con la esperanza de apaciguar los latidos de mi estomago. Pero insiste y comparte su miedo conmigo. La tentación de desviar la mirada me conduce a las tareas del día y de pronto lo único que que deseo es sentir el calor de una mirada cercana mientras leo en voz alta lo escrito hasta ahora; y llorar, llorar entre línea y línea para así, poder mirarme al espejo.

Miraría mi pelo, mi barba, quizá el color de mis ojos; mi nariz, mis labios, la forma de mi rostro y reconocería en ella el rostro de mi infancia, el rostro de una foto de mi infancia; pero no me veo, no lo hago por temor a encontrar el rostro de otro.

Mi cuerpo se paraliza. He comenzado a dejar de sentir mi estomago y una ligera sensación de alivio toca mi frente alejándome del espejo, mientras mi estomago, mudo, me observa. Aún es un buen intento.

Permanezco quieto, el teclado ha vuelto a ser el que era y mi reflejo en la pantalla se desvanece junto con mis fuerzas. No encuentro la silla en la que estoy sentado. Deambulo dentro de mi en dirección contraria a la puerta de la habitación. No puedo acercarme más, no puedo volver a ella y verme tirado en la cama que me acogió durante tanto tiempo y sin embargo, lo hago.

Sentir me ha cansado. Me ha dejado escuchando el ritmo de mi respiración y como si se tratara de un gran logro, descanso, descanso en mi, en un lugar en el que sólo yo me encuentro y al que los invitados no pasan.

Escucho un televisor encendido. Sonidos de una multitud se pasean por el patio, rozan el cristal imaginario que sostiene el marco de la ventana, como si rozaran mi piel. El aire, sabio, alimenta mis pulmones y recuerdo el día que tomé la decisión de seguir.

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