viernes, 26 de septiembre de 2008

Diálogo (II)

silencio: ¿Cuántas veces has visto esa película?
él: Una. –Pausa-. En el cine. No recuerdo hace cuánto. ¿Tu sabes?
silencio: No, entonces no te conocía. Recuerdo otras, pero esa no.
él: ¿Cuál recuerdas?
silencio: “American Splendor”.
él: Muy buena.
silencio: Sí, muy buena.

El Televisor iluminaba la habitación. Las escenas... "No". Los destellos de luz que proyectaba la pantalla trazaban sombras donde normalmente no había. El piso permanecía frío y atento a sus movimientos. La ventana abierta dejaba entrar una brisa joven y alegre que se colaba entre el suéter y el pantalón. "Quizá no tenga ningún fin decirlo, pero" llevaba un polar verde aplomado, casi gris oscuro que le regaló su hermano y unos pantalones adidas negros con franjas blancas a los lados. Le gustaba la tela, sentirla sobre sus piernas. La sensación de contacto lo relajaba. Intentó levantarse pero no pudo. Entonces decidió hacerlo lentamente, como si quisiera engañarse a sí mismo. Lo hizo lentamente, tan lentamente que apenas se notaban sus movimientos. Un tímido hormigueo se abrió paso hacia su tobillo derecho, sonrío y se detuvo esperando que creciera; y creció, creció a lo largo del pie y la pantorrilla. Entonces sonrió y sonrió un poco más hasta que no pudo más y tuvo que ponerse de pie. Apoyó todo el peso de su cuerpo sobre la pierna y una hola de placer amorfo lo recorrió. El televisor observaba atento mientras proyectaba sus luces sobre el futón. Mantenía los ojos puestos en él, le gustaba alardear su capacidad de hipnosis con la las lámparas de piso y los cojines (de quienes se decía serían reemplazados pronto). Fue al baño a descargar el cenicero. Volvió y se recostó sin perder de vista la escena que transcurría.

silencio: "Eternal sunshine of the spotless mind". Recuerdo lo mucho que te gustó. ¿Por qué no la has comprado?
él: No sé. Quizá se me pasa. – Se hizo la misma pregunta y prometió hacerlo en su próxima visita al club de video-. ¿Qué te pareció “The big gundown”?
silencio: ¿Tengo que responder?
él: Ya lo hiciste. Me gustó, aunque también me gustaría escuchar las versiones originales. – De pronto sus pensamientos se hicieron pesados, tan pesados que no pudo sostenerlos. Miraba impávido las imágenes que le mostraba la pantalla. Quería creer que descansaba.
silencio: ¿Por qué no te pasas a la cama?
él: Estoy viendo la televisión.
silencio: Y ella a ti.
él: ¿Qué quieres?
silencio: Nada. ¿Tu?
él: Ver la televisión en paz.
silencio: Creí que así lo hacías.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Diálogo (I)

silencio: Vamos. -Hizo una pausa carente del tono dramático acostumbrado-. Levántate. -Pero sólo se escuchó a sí mismo, seco-. Vamos, vamos, se te hace tarde y te esperan. -Nada. "Un último intento", se dijo, pero él respondió primero.
él: ¿Vamos? ¿A dónde vamos? Voy. Voy. Primera persona, singular. No llegarás a las escaleras. -Algunas gotas de lluvia resonaron en la habitación-. Además llueve.
silencio: ¿Llueve? ¿Y qué? No me vengas con pendejadas, levántate ya. Si pudiera te metería en la ducha y prepararía el desayuno, pero...
él: ¿Has notado que condicionaste tu acción? - Entonces despertaron, más coquetas que de costumbre, las sensaciones sin nombre de siempre y comenzaron a pellizcarlo guiadas por la misma compulsión hueca de todos los días-. No. No lo has notado. -Hizo una pausa que sin querer vistió al silencio con una fina y sutil tensión, delicada como el cristal, discreta sin lugar a dudas, pero insuficiente para hacerlo levantar. Continuó-. ¿A qué está sujeta tu acción? Es decir, inicias la oración con un “si” condicional, supongo que tus posibilidades de acción están sujetas, pero no termino de comprender a qué.
silencio: Sin duda hoy será un gran día.
él: Déjate de susceptibilidades y responde. ¿Qué sujeta tus posibilidades de meterme al baño?.
silencio: Sólo no puedo.
él: Bien. Entonces déjame dormir.

El reloj marcaba las 11:36 am. Decidió envolverlo todo asegurándose que nada lo molestara. Mucho tiempo atrás habían hecho un pacto cuyos términos seguían siendo confusos, pero hasta que él decidiera aclararlos, el resto de la casa debía permanecer inmóvil durante las horas que fuesen necesarias. “Cinco años de cansancio acumulado lo justifican”, solía decir. La cama lucía el cubrecama verde. En ocasiones podía pasar horas observándolo desde una de las sillas de la habitación. Le gustaba mantenerlo perfectamente extendido e identificar los pequeñísimos relieves que se ocultaban entre las franjas. Imaginaba que corría sobre kilómetros de cubrecama limpio y fresco, imaginaba que se tendía sobre él en algún lugar en el que finalmente podría descansar. Pero era sólo su imaginación y la repentina ausencia de silencio daba fe de ello.

Ahora, en este momento en el que sigue durmiendo, las almohadas no hacen nada, simplemente conservan su forma redondeada, evidencia del estoicismo inútil que las mantiene allí. La ropa, tirada sobre las sillas de la habitación, enfrenta un peligroso juego de equilibrio en el que los cinturones pierden con frecuencia. Las toallas desesperanzadas, comienzan a murmurar, dejando correr el rumor de un nuevo fracaso. En la cocina, el refrigerador, en desventaja por el paso de los años, lucha por mantenerse frío sin necesidad de encender el motor. No siempre lo logra, pero sin duda, hace su mejor esfuerzo. Y así, los utensilios de cocina, la mesa y las sillas, el sofá y los cojines, ceden ante el silencio.

silencio: 4:15 pm. -Pausa.- Me apena un poco esta situación.
él: Esta vez tampoco te concediste el matiz dramático.
silencio: Entonces estás despierto.
él: Desde hace una hora, creo.
silencio: ¿Por qué no levantarte?
él: Veo que no desistes.
silencio: Es mi trabajo. ¿Olvidas el pacto?
él: ¿No te sientes frustrado? -Imitando su acento- "Vamos", como te gusta decir, la verdad es que si te evaluaran por resultados, te hubiesen despedido hace un tiempo.
silencio: Quizá, pero bien sabes que no está en tus manos. -Hizo una pausa-. A menos que... -Se detuvo-. Tengo curiosidad, ¿cuáles serían tus criterios de evaluación? Vamos. Sólo un par, quizá mejoro mi desempeño.
él: No me interesa.
silencio: El cansancio, supongo. ¡Bendita excusa!
él: No, tu eres la excusa.

domingo, 21 de septiembre de 2008

Crónica del desarraigo (trabajo en proceso).

“Chau. Llamo cuando llegue”. Dio media vuelta, entregó el pasaporte, introdujo su bolso de mano en la máquina de rayos “x” y pasó bajo el detector de metales. Una vez del otro lado, tomó sus pertenencias. Miró una vez más a Jesús y Gisela. Alzó su mano e hizo un gesto de despedida. Dio media vuelta una vez más y ajustó el nudo de su garganta. Caminaba lentamente sin mirar atrás, tal como recordaba que su hermana había hecho casi tres años antes. Se concentró en cada paso, sujetándose a ellos con una firmeza que no descubriría hasta llegar a la suite de Horacio 1585. No estaba seguro de su decisión, pero era tarde para arrepentirse. Aún no decide hacerlo. “¿Arrepentirme de qué?”, se pregunta con estoica frecuencia. “El siguiente”. Avanzó y al girar la cabeza ya no los veía. Siguió adelante, concentrado en sus pasos, únicamente en sus pasos. El peso de su cuerpo se hizo evidente, no miraba adelante, no miraba atrás, sólo dirigía su atención a cada paso, a los New Balance azules. El futuro era incierto a pesar de sus esperanzas, así que decidió refugiarse en un eterno presente del que aún no sabe si salir. “A su izquierda podrán apreciar el Popocatepetl”, anunció el piloto, casi seis horas después.

Psicosis

La expresión en su rostro delataba la intención de acercarse y hacer algún comentario ilógico, o peor aún, lleno de toda la lógica posible que puede generar la interacción de dos vecinos que sólo comparten el patio de entrada. “El” un tímido y huraño escritor que dividía su día en dos para pagar la renta y comer. El otro “el”, un adolescente con franca tendencia a las rancheras y la psicosis (según un fantástico diagnóstico que rememoraba lecturas de otro tiempo). Regresaba de comprar cigarrillos inmerso en pensamientos que no le llevaban a ningún lado. Había pasado el día Leyendo “Trilogías de Nueva York” de Paul Auster y todavía pensaba en Quinn. Abrió la puerta del patio y observó a “el” abrazando un garrafón de agua mientras caminaba a su encuentro. Sabía que diría algo, algo para lo que su imaginación no estaría preparada. Ese contacto dominical (el único del día) lo aterraba. Pensó regresar, como quien olvidó el cambio en la tienda de la esquina y dar una caminata nocturna, pero el recuerdo del párrafo a mitad de camino lo detuvo. No tenía opción, así que selló con una amable sonrisa su destino. “¿Quieres escuchar algo “bajo”?” Preguntó “el”. Una vez más había sucedido, su imaginación no estaba preparada para la interacción casual con este chico. Quizá si lo conocía un poco más. No obstante, la posibilidad de exponerse a conversaciones frecuentes se lo impedía. No tenía motivos para sentir ese rechazo ("quizás las rancheras"), pero bien sabía que podía introducirlo a otros géneros. Comenzaría por los más melodiosos y empáticos, Bebel Gilberto, Joao Gilberto, Gal Costa, Caetano Beloso; luego le revelaría a Dave Brubeck, daría un tímido paso con Dave Holland, se arriesgaría un poco con Coltraine y entonces lo iniciaría en los secretos de John Zorn a travás de Medeski, Martin & Wood, dejándo sólo para el final el sonido irrepetible del maestro, el mismísimo Zorn. Pero, vamos, todos sabemos que no lo haría a menos que, asomado entrometidamente por la ventana “el” preguntara qué era aquello que escuchaba mientras miraba el techo. “¿Quieres escuchar algo “bajo”?”, preguntó nuevamente. Desarmado y lleno de curiosidad respondió, “sí”. Entonces "el" acercó su boca al botellón de agua vacío y sopló. “¿Escuchaste?” “Está al borde de la crisis psicótica”, se dijo “El” y sin pensarlo respondió, “no”. “Acércate un poco”. Consciente de su equivocación, decidió seguirle la corriente al pobre chico y se acercó, asegurándose que sus brazos permanecieran alrededor del recipiente. Inquieto y casi confundido por la cercanía con aquel candidato a vivir en una realidad paralela, lo observó soplar nuevamente y escuchó una vibración apenas perceptible e indudablemente grave. “¿Podrías hacerlo otra vez?”, dijo sin poder reprimirlo y ante lo cual “el” sonrió como quien exhibe un truco de magia a un niño. Volvió a hacerlo y “El” fascinado por el descubrimiento dijo “!Claro!”.

Se despidieron de acuerdo al protocolo de cortesía vecinal, "buenas noches, que descanses", "buenas noches señor, que descanse" y cada uno siguió su camino. "El" entró a su casa aún sonreído, “quizá vaya directo a Zorn”.

Todo cambia

No he parado de agradecer todo lo que he hecho durante el día. Desayunar en “El Güero”, comprar flores para la casa, recorrer parte de Reforma y el cuadro central en bicicleta, regresar a casa y leer “Trilogías de Nueva York”, dormir un rato, comer, ver una película en cable y levantarme a escribir.

Sin embargo, ese agradecimiento no parece ser suficiente ante el sentimiento de soledad que me embarga. Me digo a mi mismo, “todo cambia, todo sigue cambiando y temo que no se detendrá”.

Aunque mías, estas palabras me resultan crípticas. Pienso en los sueños, en las vivencias que nos presentan, en la dificultad de desentrañar el mensaje. Sucede lo mismo con "la vida" y pienso "mejor no seguir por esta ruta". Fin del camino.

Intento dirigir mis pensamientos a dónde quiero y no encuentro caminos, sólo mi visión nublada después de una tarde de lectura y televisión, sólo un cuerpo cansado que espera. Entonces noto que la mesa ocupa un lugar diferente. Lentamente los libros comienzan a abrir sus páginas brincando de un lugar a otro de la pequeña biblioteca que termina por derrumbarse. Las astillas celebran y las palabras saltan de las páginas formando oraciones infinitas. Las fotografías vuelan sin encontrar pared que las reciba. Se posan sobre el piso y florecen ventanas, hojas secas, piedras, alcantarillas, bicicletas, perros, vndedores ambulantes, caminos de otros tiempos, recuerdos. El perchero cuelga del techo y los sacos cubren la lámpara de papel que sorprendida, lo observa todo. Me pregunta qué sucede, pero no tengo respuestas, no tengo palabras más que para describir lo que ya ha visto. El sofá se arrastra hasta la puerta y la bicicleta relincha inquieta ante a amenaza de los alebrijes. Las enredaderas cubren las ventanas con sus flores naranjas y las bufandas serpentean alegres hacia ellas. Las escaleras crujen y subo. Mis pantalones bailan, mis camisas se desnudan hebra a hebra y hacen el amor desenfrenadamente. En el baño una fuente lo inunda todo mientras algunas toallas aún secas toman el sol. Miro arriba, me encandilo. Mantengo los ojos abiertos, mis ojos se acostumbran con cada peldaño. El cielo parece una fotografía. Los granos explotan, la onda se expande y el azul se acomoda a su paso. Las risas no paran, se suben una sobre otras en un juego infantil que me recuerda los árboles del colegio. No importa qué sucede, no importa la precisión de mi descripción, nadie lo creería, así que me siento junto a la Jacaranda que crece a mi lado y espero.

Tomo mi cuaderno de notas y comienzo a escribir, “todo cambia, todo sigue cambiando y me temo que o se detendrá”.