lunes, 31 de marzo de 2008

Quizá David Rieff tenga razón...

...al afirmar: "La falsa democracia de internet sugiere que no hay nada difícil. Uno no tiene que saber nada, sólo debe tener opiniones y subirlas a la red. Uno no necesita pericia, porque la pericia es una especia de fraude jerárquico". Pero sólo quizá. Aunque después de pensarlo mejor, quizá no. ¿Por qué Rieff defenderá con tanta diligencia una auténtica democracia que no existe más que utópicamente? Aclaro, soy un fiel creyente de las posibilidades de la democracia.

Lo sigo pensando y creo que detrás de este tipo de afirmaciones hay una necesidad de jerarquías que trascienden su funcionalidad social, ¿no creen? ¿Qué se necesita para expresar una opinión, más que tenerla? ¿Estaré pecando de ingenuo? No sé.

Deslinde

Recientemente leí una entrevista a León Wieseltier en la que decía sobre los bloggers "creen que los primeros pensamientos de una persona, son sus mejores pensamientos". Comparto el sentido crítico de su afirmación, los primeros pensamientos no son necesariamente los mejores pensamientos, aunque sí podría tratarse de valiosísimas intuiciones. Mi intención al citar las palabras de Wieseltier no es otra que deslindarme de ellas, de la acusación implícita que vincula el gesto de escribir un blog con la falta de elaboración de un pensamiento, pues creo que muchos de quienes escribimos en un blog,no consideramos nuestras palabras, las "últimas" posibles sobre un tema. Las primeras palabras son sólo eso, un ensayo del pensamiento, una recolección de impresiones aún inconexas de las que se espera obtener una idea. Poco me interesa revivir discusiones apocalípticas sobre la descentralización de las fuentes de información, por lo que una vez deslindado de la acusación de Wieseltier, me atrevo a escribir unas palabras.

lunes, 10 de marzo de 2008

Texto a la mitad

La última vez que visité este blog dejé un texto a la mitad. No lo he releído desde entonces.

I. Texto a la mitad

"Se me antoja un par de palabras sobre cualquier cosa, la que sea. Digamos que después de tanto tiempo (¿un mes?) sin escribir, se me antoja y cómo no tengo motivo alguno, simplemente lo haré hasta llenar una cuartilla de oraciones, (tengan sentido entre sí o no), pues lo que realmente se me antoja es escribir. Sí, escribir se me antoja como se antojan otras cosas: darse un baño, comer un tacus tacus norteño (plato típico peruano), caminar bajo el sol después de una semana de oficina, jugar con Charlotte (el Airedale Terrier que vive en casa desde hace una semana), dejar que te muerda las manos y verla correr de un ldo a otro sin motivo aparante; tomarse una cerveza fría, bien fría; leer un buen libro (digamos, Gasolina de Quim Monzó); pensar en los amigos, extrañarlos y sonreír gracias a un recuerdo extraviado que se atraviesa repentinamente; escuchar el último disco de Radiohead o confirmar que tu hermano siempre asierta con los discos que te regala; preguntarse por la vida de alguien que no ves desde hace diez años; mirar una foto que nunca tomarás; acostarse en la cama, no hacer nada, sólo descansar; arroparse cuando hace frío; comer un pan tostado, casi quemado, con mantequilla..."

II. Desde el recuerdo, desde el anhelo.

Tacus Tacus, platillo peruano. La primera vez que comí comida peruana, nada tuvo que ver con la visita a La Mar del segundo fin de semana de este año. Entonces no hubiese podido pagar; entonces vivía con mi primos, Leo y Mario y rentabamos la habitación de servicio a Itxazo, una "cooperante" vasca que fue a Venezuela a trabajar en una ONG que dirigía una conocida. Supimos del mercado y fuimos. Sólo eso puedo decir. No recuerdo con quienes fui, aunque conservo clara la imagen de las bandejas de comida colocadas sobre largas mesas que marcaban el inicio y el fin de uno y otro puesto. Los recuerdos se empalman y el placer de aquel momento se confunde con los manteles, el ruido de los coches de la Av. Bolívar y mi primo Hernán, con quien no hablo desde hace, quizá dos años. A un lado, la estación "Colegio de ingenieros", al otro el Teatro en el que actué durante el festival internacional de teatro de Caracas y a su lado, la Mezquita, frente a ella, el jardín del Museo de Arte Moderno, justo a un costado del Parque los caobos.

Gasolina de Quim Monzó. "Le fascinaba haber tirado de un hilo e intentar seguirlo hasta el final, sin saber si encontraría un ovillo o la punta en que terminaba". Quim Monzó. Gasolina. Edit. Anagrama. 1983.

Un recuerdo extraviado. La casa de Juan Tronchoni en Choroní. El clima húmedo, los árboles gigantes que cubren el jardín, la calle de tierra por la que caminábamos a la carretera y calle principal de Puerto Colombia. La casa de Juan, la humedad y aquella semana santa en la que leí "las palabras y las cosas de Michael Foucault", preparamos pastel de chucho y bebí por primera vez ron Ocumare.

Una canción del último disco de Radiohead: Jingsaw falling into place.

Comerse un pan tostado con mantequilla. Fue durante la huelga "general" de diciembre de 2002. El dinero escaceaba y los días pasaban sin esperanza que algo cambiara. Decidimos hacer un mercado grande, verdaderamente grande, previendo la escacez de alimentos que nunca fue tan grave como la imaginamos. La radio y la televisión sólo trasmitían noticias, los periódicos apenas publicaban, los cines, los clubes de videos, las licorerías y los bares permanecían cerrados. Los distractores de la rutina se hicieron evidentes y todos nos vimos en la necesidad de reinventarlas. En mi caso, una de ellas consistía en ir a comprar pan, untarlo con mantequilla, meterlo al horno y comerlo así, sin nada más que mantequilla. Apenas sabíamos lo que sucedía, no imaginabamos lo que sucedería, estábamos atrapados en un letargo cotidiano hasta nuevo aviso; estabamos atrapados en el día a día y las opciones erán simples: o vivíamos cada cosa que hiciéramos intensamente o la crisis nos comía el cerebro, lo que significó, por común que pueda leerse, que vivíamos en un presente continuo. Durante esos días aprendí el valor de lo rutinario, como sentarme a comer un pan tostado bañado en mantequilla.

III. No me vendría mal un poco de rutina.