domingo, 21 de septiembre de 2008

Todo cambia

No he parado de agradecer todo lo que he hecho durante el día. Desayunar en “El Güero”, comprar flores para la casa, recorrer parte de Reforma y el cuadro central en bicicleta, regresar a casa y leer “Trilogías de Nueva York”, dormir un rato, comer, ver una película en cable y levantarme a escribir.

Sin embargo, ese agradecimiento no parece ser suficiente ante el sentimiento de soledad que me embarga. Me digo a mi mismo, “todo cambia, todo sigue cambiando y temo que no se detendrá”.

Aunque mías, estas palabras me resultan crípticas. Pienso en los sueños, en las vivencias que nos presentan, en la dificultad de desentrañar el mensaje. Sucede lo mismo con "la vida" y pienso "mejor no seguir por esta ruta". Fin del camino.

Intento dirigir mis pensamientos a dónde quiero y no encuentro caminos, sólo mi visión nublada después de una tarde de lectura y televisión, sólo un cuerpo cansado que espera. Entonces noto que la mesa ocupa un lugar diferente. Lentamente los libros comienzan a abrir sus páginas brincando de un lugar a otro de la pequeña biblioteca que termina por derrumbarse. Las astillas celebran y las palabras saltan de las páginas formando oraciones infinitas. Las fotografías vuelan sin encontrar pared que las reciba. Se posan sobre el piso y florecen ventanas, hojas secas, piedras, alcantarillas, bicicletas, perros, vndedores ambulantes, caminos de otros tiempos, recuerdos. El perchero cuelga del techo y los sacos cubren la lámpara de papel que sorprendida, lo observa todo. Me pregunta qué sucede, pero no tengo respuestas, no tengo palabras más que para describir lo que ya ha visto. El sofá se arrastra hasta la puerta y la bicicleta relincha inquieta ante a amenaza de los alebrijes. Las enredaderas cubren las ventanas con sus flores naranjas y las bufandas serpentean alegres hacia ellas. Las escaleras crujen y subo. Mis pantalones bailan, mis camisas se desnudan hebra a hebra y hacen el amor desenfrenadamente. En el baño una fuente lo inunda todo mientras algunas toallas aún secas toman el sol. Miro arriba, me encandilo. Mantengo los ojos abiertos, mis ojos se acostumbran con cada peldaño. El cielo parece una fotografía. Los granos explotan, la onda se expande y el azul se acomoda a su paso. Las risas no paran, se suben una sobre otras en un juego infantil que me recuerda los árboles del colegio. No importa qué sucede, no importa la precisión de mi descripción, nadie lo creería, así que me siento junto a la Jacaranda que crece a mi lado y espero.

Tomo mi cuaderno de notas y comienzo a escribir, “todo cambia, todo sigue cambiando y me temo que o se detendrá”.

1 comentario:

Naky Soto Parra dijo...

La cosa es cuánta pasión le imprimiste a esta historia, tanta, que se te colaron unos errores menores de letras omitidas. Especulando sé que a más de uno le encantaría ver lo que se ve en estos cambios, pero sólo esta cara de caos creativo, del movimiento incansable de cuanto te rodea. La vaina es lo que lo origina ¿no?, como las narraciones de Tim Burton en las que esperas -desesperadamente- que la cosa llegue a bien, tienes fe en que sí, pero en algún momento de la trama, a fuerza de tanto ir a su ritmo, ruegas que la cosa llegue a término (su carácter in-feliz, incluso es permisible), pero que llegue a fin.

Cuando el cambio no para, cambias con él y ellos, cambias incluso y como lo demuestras en adelante, hasta con el silencio que cosificas.

Un abrazo pre moderno,